Tener un alumno es mucho más fácil que tener un hijo. Los hijos son personas con personalidad propia que viven más allá de lo que se espera de ellos. Los hijos, para bien o para mal, sorprenden. El alumno no sorprende, porque si lo hace, por arriba o por abajo, complica el trabajo al profesor. Si sorprende, es que no es “normal”. Y a partir de ese momento, se empiezan a buscar diagnósticos y tratamientos para solucionar un problema que ha nacido dentro de la escuela como alumno.
Hace años que, tanto desde mi relación profesional con padres y madres como desde mi observación de las relaciones entre padres e hijos en mi entorno, observo cómo los padres y madres se comportan como maestros sin sueldo. Porque enseñar es mucho más fácil que educar. Enseño algo muy concreto para que le sirva para algo muy específico. Educo para algo que, en gran parte, no conozco: ¿cómo será el futuro? ¿Cómo debo educar a mi hijo/a para que se desenvuelva en un mundo que será tan diferente al actual? Por lo tanto, dedican casi todos sus esfuerzos a la escolarización de sus hijos. Chats de padres y madres super ocupados en encontrar el pantalón de chándal de sus hijos/as, tardes insufribles de deberes con sus vástagos, colapso de las ciudades a media tarde para llevarlos a clases de música, danza, matemáticas de no sé qué método que hará que los niños y niñas se conviertan en genios, y por supuesto un poco de deporte que ya hace un completo y nos hace sentir mucho mejor a nosotros mismos en nuestra tarea como padres y madres. Eso sí, pocos padres o madres incorporan a sus hijos en las tareas de limpieza de la casa, eso no nos hace sentir bien porque parece que los explotamos, y sobre todo, eso no lo hacen los profesores y profesoras, por tanto, no puedo copiarlo.
Una buena amiga le decía a su que se sentara a repasar matemáticas porque el verano se estaba acabando y llegaría al colegio sin acordarse de nada. Su hijo es un niño de 10 años, creativo, inquieto, con enormes ganas de aprender y, sobre todo, un niño que disfruta enormemente de hacer de actor, en su casa, pues aún nadie ha descubierto su talento, sobre todo porque es un talento que en el colegio no suma. Pero volvamos al “repaso para no olvidar”. Esta madre, mi amiga, que quizá deje de serlo a partir de que lea este artículo, le pide que “se siente para repasar” porque si no, “llegará al cole y no se acordará de nada”. Muy motivador todo. Después de una divertida conversación entre las dos sobre el tema, mi amiga decide unir la parte de disfrute de su hijo, hacer de actor, con la parte que a ella le preocupa: repasar matemáticas. El niño se mete en su habitación y se tira horas creando una obra de teatro en la que aparezcan las matemáticas. Y crea “El rap de las matemáticas”. No sé si habrá repasado muchas o pocas matemáticas, pero lo que está claro, es que su madre, con este giro de guion, ha ayudado a su hijo en dos temas que le servirán para toda la vida. No odiar las matemáticas y sobre todo que aprender puede dar un enorme placer emocional e intelectual.
¿Es la educación familiar una suma de tareas? ¿O la educación es, sencillamente, vivir y transmitir quién eres tú como persona? ¿Cuáles son tus creencias, ideología, deseos, frustraciones, amores, tristezas, alegrías, valores, éxitos, conocimientos, experiencias, recuerdos y anécdotas? ¿Con quién te relacionas? ¿Quiénes son tus amigos/as, compañeros/as de trabajo y profesión, familia extensa, y cómo vives tu relación con todos ellos? ¿Cuáles son tus problemas en el día a día, son económicos o estás tratando con algún trauma infantil? ¿Tienes un clima laboral tóxico que te quita el sueño? ¿Quiénes fueron tus amigos en la escuela? ¿Cómo te trataron, cómo les trataste? ¿Qué te hace sentir realmente bien? ¿Escalar, leer, hacer una intrépida ruta de montaña, viajar, charlar con amigos, tomar una cerveza en una terraza con tu pareja, cultivar hortalizas, escribir un poema o jugar a bolos con tus hijos adolescentes?
El primer paso para educar consiste en saber quién soy yo como persona y como padre o madre. Con mis puntos fuertes y débiles, porque para educar hace falta empatía, y si no te conoces a ti mismo, corres el riesgo de idealizarte tanto, que tu hijo, más que un padre o madre, tenga un cíborg perfecto, incapaz de empatizar, y, por tanto, de educar. Nuestros hijos e hijas no son nuestros alumnos. Nuestros hijos aprenden, aunque nadie les enseñe.
Educar no es una tarea y educar bien no es generar a mi hijo/a una suma de tareas perfectas. Educar no es generarme a mí mismo/a una serie de tareas que me hace perfectos como padre o madre. Las tareas las podemos controlar, contabilizar, puntuar. Por eso es más fácil ser profesor que padre o madre.
Pero educar es mucho más emocionante, educar es vivir con apertura a nuestros hijos e hijas. Educar es dejarme sorprender. Educar es disfrutar de aprender y crecer con ellos, aunque a veces duela. Porque si nosotros, como padres y madres, crecemos, nuestros hijos crecerán con nosotros.
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